miércoles, 7 de septiembre de 2011

JESÚS SONRIENDO





Cuando unos amigos fueron a un seminario en la Florida el pasado mes de Marzo, vieron a un artista pintando grandes cuadros (del tamaño de una puerta) en 30-45 minutos.  El artista prefiere el anonimato y dice que quiere que sus trabajos hablen por sí mismos. Observa cuidadosamente los dibujos y verás que están firmados "Jesús Pintor...". 
Cristo sonriendo! Un concepto que yo no había visto antes.
Dibujos hechos a lápiz bellísimos.


De: Verónica Rodriguez

miércoles, 31 de agosto de 2011

San Ramón Nonato - 31 de agosto

Ramón nació en España en el año 1204. Fue sacado del vientre de su madre ya fallecida, y por ese motivo se lo llamó Nonato. Desde joven ya tuvo inclinaciones hacia la vida religiosa pero tuvo la dura reprobación por parte de su padre que le impedía dedicarse a esa vida. Finalmente, luego de superar innumerables problemas, logró la aprobación de su padre para abocarse a la vida religiosa. Ingresó en la orden de Nuestra Señora de la Merced, una orden que hacía poco se había fundado y cuya misión era rescatar del cautiverio de los musulmanes a muchos fieles que habían sido esclavizados por estos fanáticos religiosos.
Ramón, dotado de una gran inteligencia, aprobó rápidamente las diferentes materias que componían las disciplinas eclesiásticas y de esa manera fue ordenado sacerdote por el propio fundador de la orden: San Pedro Nolasco.
Tenía una enrome capacidad misionera (propia de la orden) y fue designado para misionar en Algeria (queda al norte de África, entre Libia, Túnez y Marruecos), donde liberó a cientos de esclavos fieles a Jesús mediante trueques con cosas de valor.
La situación se empezó a poner difícil con el paso del tiempo ya que los recursos económicos su fueron agotando y ya no se podía negociar con los musulmanes la liberación de los esclavos.
En esa situación y viendo que la fe de muchos de los cristianos se iba desvaneciendo a causa de las terribles torturas, Ramón decidió tomar el lugar de ellos como rehén.
A pesar del trato inhumano y las despiadadas torturas, no dejaba de predicar la Buena Noticia a los demás prisioneros. Era tal la crueldad que, enterados de que Ramón predicaba y hacía mantener la fe a muchos cristianos, le perforaron los labios y le pusieron un candado para que no predicara más.
Casi con un año de prisión, Ramón fue liberado, pero su salud ya estaba totalmente deteriorada.
Debido a todo lo que había hecho en favor del cristianismo, El Papa quiso premiarlo elevándolo a cardenal
Durante el viaje de Ramón hacia Roma, la salud del humilde y valiente sacerdote llego a su fin a causa de los crueles tratos sufridos en su cautiverio. Murió el día 31 de agosto de 1240 a los 36 años de edad.
Es el santo protector de todas las mujeres embarazadas.
Teniendo en cuenta el año de su nacimiento (1204) y el año de su muerte (1240), podemos nombrar a los santos Padres que tenían a su cargo el timón de la Iglesia durante ese periodo de tiempo:
Inocencio III (1198-1216) - Honorio III (1216-1227) - Gregorio IX (1227-1241)
 

martes, 30 de agosto de 2011

Santa Rosa de Lima - 30 de agosto

Celebramos hoy a una joven peruana que es Patrona de América Latina, y que rechazó el matrimonio con un joven rico porque prefirió la intimidad exclusiva con Jesucristo.
La virginidad es una opción legítima y posible, si pensamos que es posible derramar la sangre y entregar la vida por Cristo. Entregarlo todo por amor a Dios, venderlo todo, como propone el Evangelio de hoy, puede incluir las necesidades y las inclinaciones del cuerpo. Nada excluye que la renuncia a la actuación sexual y a la procreación sea también un modo de entregarse al amor de Dios y de dar otra orientación a las propias energías afectivas y sexuales.
El texto evangélico nos ofrece dos pequeñas parábolas unidas: la del tesoro y la de la perla fina. Parecen iguales, peo en realidad el mensaje no es el mismo, porque cada una muestra un aspecto diferente de nuestra relación con Dios. Ambas hablan del Reino de Dios, que en realidad es Dios mismo reinando con su presencia en este mundo. Pero la primera parábola dice que Dios es algo muy valioso que nosotros podemos encontrar. Haberlo encontrado a él, por pura gracia, porque él se dejó encontrar, es hallar un tesoro; y si verdaderamente lo hemos encontrado, eso nos llena de gozo, y comprendemos que vale la pena entregarlo todo por ese tesoro. Está escondido, pero escondido en medio de las cosas de nuestra vida. La segunda parábola, en cambio, dice que Dios es como un comerciante. Él no es la perla fina, sino un comerciante que anda buscando perlas finas. Pero ¿cuáles son las perlas finas? Evidentemente somos  nosotros, que para sus ojos de Padre tenemos un inmenso valor. Nos queda por preguntar qué precio está dispuesto a pagar Jesús por esas perlas finas, la respuesta es: su Preciosísima Sangre. Por eso nos busca. Vemos así que las dos parábolas unidas nos invitan a dos actitudes diferentes: por una parte, a reconocer a Dios como el mayor tesoro y a amarlo con gozo y con todo el ser, y por otra parte, a dejarnos amar por él, a dejarnos encontrar, a experimentar con gozo su mirada de amor.
Precisamente, en los santos que se proponen como modelo de virginidad, como Rosa de Lima, lo que más se destaca no es su rechazo a la sexualidad, sino un apasionado y fervoroso amor a Dios, con el deseo de entregarle todo, sin compartirlo con nadie más. En santa Rosa de Lima resplandece esta opción, que en realidad no es más que el reflejo de la virginidad del mismo Jesús.
En este contexto, el amor al prójimo se convierte en una entrega libre y generosa por los demás, que no necesita la respuesta afectiva o la atención de ellos, porque se alimenta del amor a Dios que se recibe con intenso gozo, que se convierte en lo único verdaderamente necesario. No es dejar de amar a los demás, sino amarlos intensamente, pero con libertad interior.
De hecho, aunque amaba la soledad con Dios, Rosa visitaba frecuentemente a los enfermos y ayudaba mucho a los pobres de Lima, y decía que si no hubiera nacido mujer se habría dedicado a la evangelización de los indígenas. (Víctor Fernández).

lunes, 29 de agosto de 2011

San Juan Bautista - 29 de agosto

MARTIRIO DE SAN JUAN BAUTISTA


La Iglesia siempre ha celebrado la fiesta de los santos en el día en que se conmemora su muerte, porque es el día de su ingreso en la gloria. El 29 de agosto se conmemora el martirio de san Juan Bautista, pero como cosa excepcional se celebra también la fiesta de su nacimiento (24 de Junio).
Aparte de Jesús y de la Santísima Virgen María, san Juan Bautista es el único santo que se lo celebra en dos oportunidades dentro del año litúrgico de la Iglesia (24 de junio-nacimiento y 29 de agosto-muerte).
Para esta celebración, la liturgia de la Iglesia asocia este hecho con lo relatado en el Evangelio según san Marcos (6, 17-29).
Este texto nos narra la muerte de san Juan  el Bautista, donde se muestra que el poder de la apariencia social y de la vanidad es tan fuerte que puede torcer las mejores intenciones. Porque Herodes admiraba a Juan, lo protegía, lo consultaba y lo escuchaba, pero no podía negarse a entregar la cabeza de Juan para no quedar mal delante “de los convidados” (6,26).
Hasta ese momento, Herodes respetaba a Juan. Quedaba perplejo cuando Juan le reprochaba que conviviera con la mujer de su hermano; pero a pesar de eso lo apreciaba y se sentía atraído por su predicación. Sin embargo, la palabra del profeta no había logrado llegar al corazón, donde se toman las decisiones más profundas. Allí tenían más poder las habilidades de una mujer, que conociendo las debilidades del rey, encontró la ocasión adecuada para acorralarlo, de manera que tuviera que optar entre su propia fama y la vida del hombre que admiraba. Ella sabía bien cuál era la escala de valores del hombre que compartía su lecho.
Herodes manda a decapitar a Juan. y aquí nos encontramos con el martirio de Juan el Bautista, que se nos presenta como testigo de la luz. Él era como el centinela que espera la salida del sol para anunciarlo a los demás (Jer 31,6). También su muerte injusta simboliza y anuncia la muerte de Jesús. Juan era un hombre santo y atractivo, pero era sólo el lucero que anunciaba el nacimiento del día, la llegada del sol, y frente al sol desaparece. Él mismo, precisamente porque era santo, tenía el deseo de desaparecer para que pudiera brillar Jesús. Él se alegraba de saber que su pequeña luz se apagaba ante la llegada del verdadero sol (Jn 3, 29-30). (Víctor Fernández).


miércoles, 24 de agosto de 2011

San Bartolomé - 24 de Agosto


Bartolomé - Natanael
 Exégesis del Papa Benedicto XVI

En la serie de los Apóstoles llamados por Jesús durante su vida terrena, hoy nuestra atención se centra en el apóstol Bartolomé. En las antiguas listas de los Doce siempre aparece antes de Mateo, mientras que varía el nombre de quien lo precede y que puede ser Felipe:

“Los nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó”. (Mt 10, 2-4).

“Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro; Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó”. (Mc 3, 16-19).

“Simón, a quien puso el sobrenombre de Pedro, Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Simón, llamado el Zelote, Judas, hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor”. (Lc 6, 14-16)

O bien Tomás:
“Cuando llegaron a la ciudad, subieron a la sala donde solían reunirse. Eran Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas, hijo de Santiago”. (Hech 1, 13).

De Bartolomé no existen noticias relevantes, su nombre aparece siempre y solamente dentro de las listas de los Doce citadas anteriormente y, por tanto, no se encuentra jamás en el centro de ninguna narración.
Pero tradicionalmente se lo identifica con Natanael: un nombre que significa “Dios ha dado”. Este Natanael provenía de Caná: “Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos” (Jn 21, 2), y por consiguiente, es posible que haya sido testigo del gran “signo” realizado por Jesús en aquel lugar (Las bodas de Caná – Jn 2, 1-11).
La identificación de los dos personajes probablemente se debe al hecho de que este Natanael, en la escena de vocación narrada por el evangelio de San Juan, está situado al lado de Felipe, es decir, en el lugar que tiene Bartolomé en las listas de los Apóstoles referidas por los otros evangelios.
A este Natanael Felipe le comunicó que había encontrado a “ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas: Jesús el hijo de José, el de Nazaret” (Jn 1, 45). Como sabemos, Natanael le manifestó un prejuicio más bien fuerte: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1, 46). Esta especie de contestación es, en cierto modo, importante para nosotros. En efecto, nos permite ver que, según las expectativas judías, el Mesías no podía provenir de una aldea tan oscura como era precisamente Nazaret: ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de donde era David?”. (Jn 7, 42). “Y tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel: sus orígenes se remontan al pasado, a un tiempo inmemorial” (Miq. 1, 1). Pero, al mismo tiempo, pone de relieve la libertad de Dios, que sorprende nuestras expectativas manifestándose precisamente allí donde no nos lo esperaríamos. Por otra parte, sabemos que en realidad Jesús no era exclusivamente “de Nazaret”, sino que había nacido en Belén y que, en último término, venía del cielo, del Padre que está en los cielos.
La historia de Natanael nos sugiere otra reflexión: en nuestra relación con Jesús no debemos contentarnos sólo con palabras, Felipe, en su réplica, dirige a Natanael una invitación significativa: “Ven y lo verás” (Jn 1, 46).
Nuestro conocimiento de Jesús necesita sobre todo una experiencia viva: el testimonio de los demás ciertamente es importante, puesto que por lo general toda nuestra vida cristiana comienza con el anuncio que nos llega a través de uno o más testigos. Pero después nosotros mismos debemos implicarnos personalmente en una relación íntima y profunda con Jesús. De modo análogo los samaritanos, después de haber oído el testimonio de su conciudadana, a la que Jesús había encontrado junto al pozo de Jacob, quisieron hablar directamente con él y, después de ese coloquio, dijeron a la mujer: “Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que este es verdaderamente el Salvador del mundo” (Jn 4, 42).
Volviendo a la escena de vocación, el evangelista nos refiere que, cuando Jesús ve a Natanael acercarse, exclama: “Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño” (Jn 1, 47). Se trata de un elogio que recuerda el texto de un salmo: “Dichoso el hombre… en cuyo espíritu no hay fraude” (Sal 32, 2), pero que suscita la curiosidad de Natanael, que replica asombrado: “¿De qué me conoces?” (Jn 1, 48). La respuesta de Jesús no es inmediatamente comprensible. Le dice: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi” (Jn 1,48). No sabemos qué había sucedido bajo esa higuera. Es evidente que se trata de un momento decisivo en la vida de Natanael.
Él se siente tocado en el corazón por estas palabras de Jesús, se siente comprendido y llega a la conclusión: este hombre sabe todo sobre mí, sabe y conoce el camino de la vida, de este hombre puedo fiarme realmente. Y así responde con una confesión de fe límpida y hermosa, diciendo: “Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel” (Jn 1, 49). En ella se da un primer e importante paso en el itinerario de adhesión a Jesús. Las palabras de Natanael presenta un doble aspecto complementario de la identidad de Jesús: es reconocido tanto en su relación especial con Dios Padre, de quién es Hijo unigénito, como en su relación con el pueblo de Israel, del que es declarado rey, calificación propia del Mesías esperado. No debemos perder de vista jamás ninguno de estos dos componentes, ya que si proclamamos solamente la dimensión celestial de Jesús, corremos el riesgo de transformarlo en un ser etéreo y evanescente; y si, por el contrario, reconocemos solamente su puesto concreto en la historia, terminamos por descuidar la dimensión divina que propiamente lo distingue.
Sobre la sucesiva actividad apostólica de Bartolomé-Natanael no tenemos noticias precisas. Según una información referida por el historiador Eusebio, en el siglo IV, un tal Panteno habría encontrado incluso en la India signos de la presencia de Bartolomé. En la tradición posterior, a partir de la Edad Media, se impuso la narración de su muerte desollado, que llegó a ser muy popular. Pensemos en la conocidísima escena del Juicio final en la capilla Sixtina, en la que Miguel Ángel pintó a san Bartolomé sosteniendo en la mano izquierda su propia piel, en la cual el artista dejó su autorretrato.
Sus reliquias se veneran en Roma, en la iglesia dedicada a él en la isla Tiberina, adonde las habría llevado el emperador alemán Otón III en el año 983. Concluyendo, podemos decir que la figura de san Bartolomé, a pesar de la escasez de informaciones sobre él, de todos modos sigue estando entre nosotros para decirnos que la adhesión a Jesús puede vivirse y testimoniarse también sin la realización de obras sensacionales. Extraordinario es, y seguirá siéndolo, Jesús mismo, al que cada uno de nosotros está llamado a consagrarle su vida y su muerte.

Reflexión de Víctor Fernández (Jn. 1, 45-51)

En este pasaje del Evangelio se relata el primer encuentro de Jesús con sus discípulos. Encuentro que transcribe la novedad, el entusiasmo, la alegría, la intimidad entre ellos.
El único importante en este texto es Jesús, que así como se encontró con sus discípulos, también quiere encontrarse con todos nosotros.
Jesús le dijo a Felipe “sígueme”, esa fue la palabra bendita, la palabra colmada de motivaciones sobrenaturales que penetró en el corazón de Felipe, como en el de Natanael, o más adelante en el de Mateo y el de tantos otros.
Y a nosotros también Jesús nos habrá dicho en algún momento de nuestras vidas que lo siguiéramos. Hay diferentes formas de llegar al Señor, Juan evangelista y Andrés lo siguen por iniciativa propia después de oír las palabras de Juan el bautista que lo identificaba a Jesús como “El Cordero de Dios”; Pedro, lo hace por mediación de su hermano Andrés; Felipe porque lo llama directamente Jesucristo.
Dios se vale de muchos medios para llamar a los hombres, a algunos los llama directamente, para otros se vale de alguna circunstancia de la vida, a otros los llama por intermedio de otras personas, en realidad no importa el medio, sino que sepamos nosotros escuchar y seguir su voz.
La mejor forma de retribuir a ese llamado, es de convertirnos en sus apóstoles anunciándolo a todas aquellas personas que no tienen la dicha de conocerlo y que tienen la desdicha de no conocer el camino de la verdad.
De la boca de los discípulos van surgiendo distintos “nombres” que describen la misión del Señor y van engrandeciendo su nombre. Primero Juan lo llama “Cordero de Dios”, y luego lo llama “Maestro”; Andrés lo llama “Mesías”; Felipe lo designa como “el anunciado por Moisés y los Profetas” y finalmente, Natanael, lo confiesa como el “Hijo de Dios, Rey de Israel”.
Podríamos preguntarnos nosotros si lo reconocemos como el “Cordero de Dios” si realmente nos interesa que él nos haya salvado a costa de su propia sangre; podríamos mirar nuestro corazón para ver si en realidad lo reconocemos como nuestro “Maestro”, o tal vez ya hemos aprendido todo; podríamos plantearnos si realmente lo aceptamos como el “Mesías”, porque advertimos que él es aquel que estaba esperando nuestro corazón necesitado; o si creemos en verdad que él no es uno más, sino el verdadero Hijo de Dios, Soberano de nuestras vidas.

“Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez”


Este es un elogio que recibe Natanael del propio Jesucristo.
Ser un verdadero israelita, significa que reconocía a Yahvé como al único y verdadero Dios y que permanecía fiel plenamente a su divina ley. Bartolomé, era un hombre de carácter firme, seguro, valiente, incapaz de ocultar sus ideas y convicciones
Y así como Jesús dijo que Natanael era un “verdadero israelita”, que lindo sería que la gente que nos conoce a nosotros pueda decir que somos “verdaderos cristianos”.
Esencialmente el verdadero cristiano es de ojos limpios y en consecuencia de corazón limpio y obras limpias.
Hermanos, Jesús se hace sentir a quienes lo buscan con sencillez y rectitud. Se revela a ellos, hace sentir su espíritu y los llena de gracia.
Ojalá que nosotros podamos ver como Bartolomé, “el cielo abierto y los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del Hombre” (v. 51).

Demos gracias a Jesús por habérsenos manifestado de algún modo, en algún momento de nuestras vidas, y pidámosle nos conceda la gracia de poder anunciarlo a otras personas que viven en la oscuridad y necesitan de su luz, tanto o más que todos nosotros.

Otras opiniones

“A Bartolomé, la tradición posterior lo identificó algunas veces –sin mayor fundamento- con Natanael” – (Luis H. Rivas).

“Sin razón identifican algunos exegetas a Bartolomé con Natanael. Bartolomé, hijo de Tolmat, se llamaba Neftalí. Después de haber predicado en la India y Armenia, sus reliquias están en Roma, mientras que Natanael, después de haber predicado en Mauritania y en Bretania, descansa en Treuga, que es León de España”. – (Beata Ana Catalina Emmerick –en su libro de Visiones y Revelaciones)

martes, 23 de agosto de 2011

¡Ay de ustedes, que descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! (Mt 23, 23)

Una de las leyes judías era pagar la décima parte de lo que se ganaba (el diezmo). Jesús comenta, con cierta ironía, que los fariseos, para aparecer como perfectos cumplidores de la ley, pagaban la décima parte hasta de las especies y hiervas: la menta, el anís y el comino.
Pero Jesús muestra también que esa minuciosidad no significaba que ellos fueran fieles a Dios, porque en realidad les faltaba cumplir lo esencial: no eran justos, porque se quedaban con bienes ajenos, y tampoco eran misericordiosos, porque vivían burlándose de los errores ajenos.
Por eso Jesús los compara con las personas que limpian muy bien las copas por fuera, para cuidar la apariencia, pero se olvidan de limpiarlas por dentro, donde las copas deberían estar impecables para su uso, donde es realmente importante que estén bien limpias.
Frente a estos reproches de Jesús convendría que cada uno se preguntara si no le sucede algo parecido. A veces gastamos muchas energías para cuidar nuestra imagen ante los demás, pero dedicamos poco tiempo y esfuerzo para cuidar lo verdaderamente importante, lo que realmente somos, nuestra verdad interior. Eso que sólo Dios ve, pero que es lo que realmente somos, se llama “corazón”. Y la Biblia dice que es lo que más debe cuidar el hombre: “Por encima de todo cuida tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida” (Prov. 4, 23) (Víctor Fernández).