martes, 30 de agosto de 2011

Santa Rosa de Lima - 30 de agosto

Celebramos hoy a una joven peruana que es Patrona de América Latina, y que rechazó el matrimonio con un joven rico porque prefirió la intimidad exclusiva con Jesucristo.
La virginidad es una opción legítima y posible, si pensamos que es posible derramar la sangre y entregar la vida por Cristo. Entregarlo todo por amor a Dios, venderlo todo, como propone el Evangelio de hoy, puede incluir las necesidades y las inclinaciones del cuerpo. Nada excluye que la renuncia a la actuación sexual y a la procreación sea también un modo de entregarse al amor de Dios y de dar otra orientación a las propias energías afectivas y sexuales.
El texto evangélico nos ofrece dos pequeñas parábolas unidas: la del tesoro y la de la perla fina. Parecen iguales, peo en realidad el mensaje no es el mismo, porque cada una muestra un aspecto diferente de nuestra relación con Dios. Ambas hablan del Reino de Dios, que en realidad es Dios mismo reinando con su presencia en este mundo. Pero la primera parábola dice que Dios es algo muy valioso que nosotros podemos encontrar. Haberlo encontrado a él, por pura gracia, porque él se dejó encontrar, es hallar un tesoro; y si verdaderamente lo hemos encontrado, eso nos llena de gozo, y comprendemos que vale la pena entregarlo todo por ese tesoro. Está escondido, pero escondido en medio de las cosas de nuestra vida. La segunda parábola, en cambio, dice que Dios es como un comerciante. Él no es la perla fina, sino un comerciante que anda buscando perlas finas. Pero ¿cuáles son las perlas finas? Evidentemente somos  nosotros, que para sus ojos de Padre tenemos un inmenso valor. Nos queda por preguntar qué precio está dispuesto a pagar Jesús por esas perlas finas, la respuesta es: su Preciosísima Sangre. Por eso nos busca. Vemos así que las dos parábolas unidas nos invitan a dos actitudes diferentes: por una parte, a reconocer a Dios como el mayor tesoro y a amarlo con gozo y con todo el ser, y por otra parte, a dejarnos amar por él, a dejarnos encontrar, a experimentar con gozo su mirada de amor.
Precisamente, en los santos que se proponen como modelo de virginidad, como Rosa de Lima, lo que más se destaca no es su rechazo a la sexualidad, sino un apasionado y fervoroso amor a Dios, con el deseo de entregarle todo, sin compartirlo con nadie más. En santa Rosa de Lima resplandece esta opción, que en realidad no es más que el reflejo de la virginidad del mismo Jesús.
En este contexto, el amor al prójimo se convierte en una entrega libre y generosa por los demás, que no necesita la respuesta afectiva o la atención de ellos, porque se alimenta del amor a Dios que se recibe con intenso gozo, que se convierte en lo único verdaderamente necesario. No es dejar de amar a los demás, sino amarlos intensamente, pero con libertad interior.
De hecho, aunque amaba la soledad con Dios, Rosa visitaba frecuentemente a los enfermos y ayudaba mucho a los pobres de Lima, y decía que si no hubiera nacido mujer se habría dedicado a la evangelización de los indígenas. (Víctor Fernández).

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