En la primera lectura (Jue. 11, 29-39) que nos ofrece este jueves de la XX semana del tiempo ordinario, año impar, el libro de los Jueces nos relata el episodio en el cual Jefté (el séptimo Juez de la historia de Israel) promete a Dios, en el caso de que el Señor le conceda la victoria en la batalla contra los amonitas, un holocausto. Ese holocausto consistía en sacrificar a la primera persona que saliera de su casa (la de Jefté) para recibirlo victorioso.
Dios le concedió una terminante victoria a Jefté sobre los amonitas y estos, quedaron sometidos al pueblo de Israel.
Cuando Jefté regresó a su casa victorioso, la primer persona que lo recibió fue su propia y única hija que danzaba al son de panderetas.
Luego de un corto lapso de tiempo, Jefté, totalmente destrozado, cumplió su promesa ofreciendo a Dios en holocausto a su hija.
Dijo San Jerónimo: “Fue necio hacer esa promesa, e impío en cumplirla” San Agustín: “Creo que Dios permitió que fuese la hija de Jefté la primera que se presentase delante de éste, para castigar la temeridad de su voto”
Tiempo atrás, Dios pidió a Abraham el sacrificio de su hijo Isaac para probar su fe, pro no permitió que se consumara el sacrificio. En la piedad ignorante popular perviven semejantes errores, mezcla de buena voluntad y superstición ancestral, con lo que se pretende chantajear o sorprender a Dios.
La promesa tal como la hizo Jefté, es interesada. ¡¡¡¡¡¡¡Si me das esto, entonces hago esto otro!!!!!!! ¿Acaso esto (hacer diversas promesa a Dios durante nuestra vida), nos hace recordar algo personal que nos haya ocurrido a nosotros mismos o hemos visto algo parecido en algún familiar o amigo? ¿Es que realmente pensamos que Dios necesita algo que Él no tenga, sólo para hacernos un favor a nosotros? Dios no es un negociante, ni espera que hagamos algo para hacer él otra cosa o culparnos si no lo hicimos. Nuestra vida no es prometer negociando con Dios, sino, comprometiéndonos a vivir su Amor, aceptando y cumpliendo su Voluntad como lo hizo su Hijo Jesús.
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