sábado, 13 de agosto de 2011

“SEÑOR, ATIÉNDELA, PORQUE NOS PERSIGUE CON SUS GRITOS”.

Nos cuenta el Evangelio de este 20° domingo durante el año que una mujer cananea (pagana) salió al encuentro de Jesús suplicándole a gritos que sanara a su hija que se encontraba atormentada por un demonio. Ante la “aparente” negativa del Joven Nazareno de concederle a esta mujer lo que le pedía por tratarse de una pagana (no pertenecía al pueblo elegido por Dios, Israel), la mujer insistía y gritaba siguiendo a Jesús y a los apóstoles. Era tanta la insistencia que los apóstoles le piden a Jesús que la atienda.
Tal vez, en esta oportunidad, la actitud de los apóstoles no estaba movida por la caridad y así más bien obraron por comodidad.
Este hecho nos debe llevar a analizar con frecuencia cuales son los móviles de nuestras acciones buenas.
Cuando ayudamos de alguna manera a alguien ¿lo hacemos realmente por compasión, por amor hacia esa persona o simplemente lo hacemos movidos por nuestra propia vanagloria, o tal vez en pos de nuestra propia comodidad, para sacarnos el “problema” de encima cuanto antes?

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