miércoles, 24 de agosto de 2011

San Bartolomé - 24 de Agosto


Bartolomé - Natanael
 Exégesis del Papa Benedicto XVI

En la serie de los Apóstoles llamados por Jesús durante su vida terrena, hoy nuestra atención se centra en el apóstol Bartolomé. En las antiguas listas de los Doce siempre aparece antes de Mateo, mientras que varía el nombre de quien lo precede y que puede ser Felipe:

“Los nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó”. (Mt 10, 2-4).

“Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro; Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó”. (Mc 3, 16-19).

“Simón, a quien puso el sobrenombre de Pedro, Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Simón, llamado el Zelote, Judas, hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor”. (Lc 6, 14-16)

O bien Tomás:
“Cuando llegaron a la ciudad, subieron a la sala donde solían reunirse. Eran Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas, hijo de Santiago”. (Hech 1, 13).

De Bartolomé no existen noticias relevantes, su nombre aparece siempre y solamente dentro de las listas de los Doce citadas anteriormente y, por tanto, no se encuentra jamás en el centro de ninguna narración.
Pero tradicionalmente se lo identifica con Natanael: un nombre que significa “Dios ha dado”. Este Natanael provenía de Caná: “Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos” (Jn 21, 2), y por consiguiente, es posible que haya sido testigo del gran “signo” realizado por Jesús en aquel lugar (Las bodas de Caná – Jn 2, 1-11).
La identificación de los dos personajes probablemente se debe al hecho de que este Natanael, en la escena de vocación narrada por el evangelio de San Juan, está situado al lado de Felipe, es decir, en el lugar que tiene Bartolomé en las listas de los Apóstoles referidas por los otros evangelios.
A este Natanael Felipe le comunicó que había encontrado a “ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas: Jesús el hijo de José, el de Nazaret” (Jn 1, 45). Como sabemos, Natanael le manifestó un prejuicio más bien fuerte: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1, 46). Esta especie de contestación es, en cierto modo, importante para nosotros. En efecto, nos permite ver que, según las expectativas judías, el Mesías no podía provenir de una aldea tan oscura como era precisamente Nazaret: ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de donde era David?”. (Jn 7, 42). “Y tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel: sus orígenes se remontan al pasado, a un tiempo inmemorial” (Miq. 1, 1). Pero, al mismo tiempo, pone de relieve la libertad de Dios, que sorprende nuestras expectativas manifestándose precisamente allí donde no nos lo esperaríamos. Por otra parte, sabemos que en realidad Jesús no era exclusivamente “de Nazaret”, sino que había nacido en Belén y que, en último término, venía del cielo, del Padre que está en los cielos.
La historia de Natanael nos sugiere otra reflexión: en nuestra relación con Jesús no debemos contentarnos sólo con palabras, Felipe, en su réplica, dirige a Natanael una invitación significativa: “Ven y lo verás” (Jn 1, 46).
Nuestro conocimiento de Jesús necesita sobre todo una experiencia viva: el testimonio de los demás ciertamente es importante, puesto que por lo general toda nuestra vida cristiana comienza con el anuncio que nos llega a través de uno o más testigos. Pero después nosotros mismos debemos implicarnos personalmente en una relación íntima y profunda con Jesús. De modo análogo los samaritanos, después de haber oído el testimonio de su conciudadana, a la que Jesús había encontrado junto al pozo de Jacob, quisieron hablar directamente con él y, después de ese coloquio, dijeron a la mujer: “Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que este es verdaderamente el Salvador del mundo” (Jn 4, 42).
Volviendo a la escena de vocación, el evangelista nos refiere que, cuando Jesús ve a Natanael acercarse, exclama: “Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño” (Jn 1, 47). Se trata de un elogio que recuerda el texto de un salmo: “Dichoso el hombre… en cuyo espíritu no hay fraude” (Sal 32, 2), pero que suscita la curiosidad de Natanael, que replica asombrado: “¿De qué me conoces?” (Jn 1, 48). La respuesta de Jesús no es inmediatamente comprensible. Le dice: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi” (Jn 1,48). No sabemos qué había sucedido bajo esa higuera. Es evidente que se trata de un momento decisivo en la vida de Natanael.
Él se siente tocado en el corazón por estas palabras de Jesús, se siente comprendido y llega a la conclusión: este hombre sabe todo sobre mí, sabe y conoce el camino de la vida, de este hombre puedo fiarme realmente. Y así responde con una confesión de fe límpida y hermosa, diciendo: “Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel” (Jn 1, 49). En ella se da un primer e importante paso en el itinerario de adhesión a Jesús. Las palabras de Natanael presenta un doble aspecto complementario de la identidad de Jesús: es reconocido tanto en su relación especial con Dios Padre, de quién es Hijo unigénito, como en su relación con el pueblo de Israel, del que es declarado rey, calificación propia del Mesías esperado. No debemos perder de vista jamás ninguno de estos dos componentes, ya que si proclamamos solamente la dimensión celestial de Jesús, corremos el riesgo de transformarlo en un ser etéreo y evanescente; y si, por el contrario, reconocemos solamente su puesto concreto en la historia, terminamos por descuidar la dimensión divina que propiamente lo distingue.
Sobre la sucesiva actividad apostólica de Bartolomé-Natanael no tenemos noticias precisas. Según una información referida por el historiador Eusebio, en el siglo IV, un tal Panteno habría encontrado incluso en la India signos de la presencia de Bartolomé. En la tradición posterior, a partir de la Edad Media, se impuso la narración de su muerte desollado, que llegó a ser muy popular. Pensemos en la conocidísima escena del Juicio final en la capilla Sixtina, en la que Miguel Ángel pintó a san Bartolomé sosteniendo en la mano izquierda su propia piel, en la cual el artista dejó su autorretrato.
Sus reliquias se veneran en Roma, en la iglesia dedicada a él en la isla Tiberina, adonde las habría llevado el emperador alemán Otón III en el año 983. Concluyendo, podemos decir que la figura de san Bartolomé, a pesar de la escasez de informaciones sobre él, de todos modos sigue estando entre nosotros para decirnos que la adhesión a Jesús puede vivirse y testimoniarse también sin la realización de obras sensacionales. Extraordinario es, y seguirá siéndolo, Jesús mismo, al que cada uno de nosotros está llamado a consagrarle su vida y su muerte.

Reflexión de Víctor Fernández (Jn. 1, 45-51)

En este pasaje del Evangelio se relata el primer encuentro de Jesús con sus discípulos. Encuentro que transcribe la novedad, el entusiasmo, la alegría, la intimidad entre ellos.
El único importante en este texto es Jesús, que así como se encontró con sus discípulos, también quiere encontrarse con todos nosotros.
Jesús le dijo a Felipe “sígueme”, esa fue la palabra bendita, la palabra colmada de motivaciones sobrenaturales que penetró en el corazón de Felipe, como en el de Natanael, o más adelante en el de Mateo y el de tantos otros.
Y a nosotros también Jesús nos habrá dicho en algún momento de nuestras vidas que lo siguiéramos. Hay diferentes formas de llegar al Señor, Juan evangelista y Andrés lo siguen por iniciativa propia después de oír las palabras de Juan el bautista que lo identificaba a Jesús como “El Cordero de Dios”; Pedro, lo hace por mediación de su hermano Andrés; Felipe porque lo llama directamente Jesucristo.
Dios se vale de muchos medios para llamar a los hombres, a algunos los llama directamente, para otros se vale de alguna circunstancia de la vida, a otros los llama por intermedio de otras personas, en realidad no importa el medio, sino que sepamos nosotros escuchar y seguir su voz.
La mejor forma de retribuir a ese llamado, es de convertirnos en sus apóstoles anunciándolo a todas aquellas personas que no tienen la dicha de conocerlo y que tienen la desdicha de no conocer el camino de la verdad.
De la boca de los discípulos van surgiendo distintos “nombres” que describen la misión del Señor y van engrandeciendo su nombre. Primero Juan lo llama “Cordero de Dios”, y luego lo llama “Maestro”; Andrés lo llama “Mesías”; Felipe lo designa como “el anunciado por Moisés y los Profetas” y finalmente, Natanael, lo confiesa como el “Hijo de Dios, Rey de Israel”.
Podríamos preguntarnos nosotros si lo reconocemos como el “Cordero de Dios” si realmente nos interesa que él nos haya salvado a costa de su propia sangre; podríamos mirar nuestro corazón para ver si en realidad lo reconocemos como nuestro “Maestro”, o tal vez ya hemos aprendido todo; podríamos plantearnos si realmente lo aceptamos como el “Mesías”, porque advertimos que él es aquel que estaba esperando nuestro corazón necesitado; o si creemos en verdad que él no es uno más, sino el verdadero Hijo de Dios, Soberano de nuestras vidas.

“Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez”


Este es un elogio que recibe Natanael del propio Jesucristo.
Ser un verdadero israelita, significa que reconocía a Yahvé como al único y verdadero Dios y que permanecía fiel plenamente a su divina ley. Bartolomé, era un hombre de carácter firme, seguro, valiente, incapaz de ocultar sus ideas y convicciones
Y así como Jesús dijo que Natanael era un “verdadero israelita”, que lindo sería que la gente que nos conoce a nosotros pueda decir que somos “verdaderos cristianos”.
Esencialmente el verdadero cristiano es de ojos limpios y en consecuencia de corazón limpio y obras limpias.
Hermanos, Jesús se hace sentir a quienes lo buscan con sencillez y rectitud. Se revela a ellos, hace sentir su espíritu y los llena de gracia.
Ojalá que nosotros podamos ver como Bartolomé, “el cielo abierto y los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del Hombre” (v. 51).

Demos gracias a Jesús por habérsenos manifestado de algún modo, en algún momento de nuestras vidas, y pidámosle nos conceda la gracia de poder anunciarlo a otras personas que viven en la oscuridad y necesitan de su luz, tanto o más que todos nosotros.

Otras opiniones

“A Bartolomé, la tradición posterior lo identificó algunas veces –sin mayor fundamento- con Natanael” – (Luis H. Rivas).

“Sin razón identifican algunos exegetas a Bartolomé con Natanael. Bartolomé, hijo de Tolmat, se llamaba Neftalí. Después de haber predicado en la India y Armenia, sus reliquias están en Roma, mientras que Natanael, después de haber predicado en Mauritania y en Bretania, descansa en Treuga, que es León de España”. – (Beata Ana Catalina Emmerick –en su libro de Visiones y Revelaciones)

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