Una de las leyes judías era pagar la décima parte de lo que se ganaba (el diezmo). Jesús comenta, con cierta ironía, que los fariseos, para aparecer como perfectos cumplidores de la ley, pagaban la décima parte hasta de las especies y hiervas: la menta, el anís y el comino.
Pero Jesús muestra también que esa minuciosidad no significaba que ellos fueran fieles a Dios, porque en realidad les faltaba cumplir lo esencial: no eran justos, porque se quedaban con bienes ajenos, y tampoco eran misericordiosos, porque vivían burlándose de los errores ajenos.
Por eso Jesús los compara con las personas que limpian muy bien las copas por fuera, para cuidar la apariencia, pero se olvidan de limpiarlas por dentro, donde las copas deberían estar impecables para su uso, donde es realmente importante que estén bien limpias.
Frente a estos reproches de Jesús convendría que cada uno se preguntara si no le sucede algo parecido. A veces gastamos muchas energías para cuidar nuestra imagen ante los demás, pero dedicamos poco tiempo y esfuerzo para cuidar lo verdaderamente importante, lo que realmente somos, nuestra verdad interior. Eso que sólo Dios ve, pero que es lo que realmente somos, se llama “corazón”. Y la Biblia dice que es lo que más debe cuidar el hombre: “Por encima de todo cuida tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida” (Prov. 4, 23) (Víctor Fernández).
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