“¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece?” (Mt. 20, 15)
En la parábola de los obreros de la última hora, los trabajadores convocados a la mañana recibieron la promesa de un pago determinado y estuvieron de acuerdo. Terminada la jornada, el dueño de la viña les pagó lo prometido. Pero el dueño de la viña quiso pagarles la misma suma a los que sólo habían estado una hora trabajando. Al hacerlo no fue injusto con los primeros, ya que les pagó lo que les correspondía. Pero eran corazones egoístas, incapaces de alegrarse con el bien ajeno.
Esta enseñanza del Señor, es una advertencia para los que ya han hecho un camino en la vida cristiana y pretenden ser los primeros; es una amonestación para los que sienten que tienen más derechos que los demás, como si en el Reino de Dios las cosas funcionaran a la manera de una empresa, como si el amor divino tuviera que someterse a la matemática.
Dios es el Señor absoluto de sus bienes y los reparte libérrimamente en todos. San Pablo nos dice: “Es el mismo y único Espíritu el que actúa, distribuyendo sus dones a cada uno en particular como él quiere” (1Cor 12, 11).
Esto nos puede llevar a que nos preguntemos cuánto hemos trabajado por la gloria de Dios y qué es lo que estamos haciendo ahora y si podremos hacer algo más de lo que estamos haciendo.
Nunca debemos mirar tanto lo que hemos hecho, cuanto lo que resta por hacer; que nos sirva de aliento y esperanza lo que hemos hecho por el Señor y que eso nos sirva como aliciente y estímulo para la enorme cantidad de cosas que nos resta por hacer.
Si amor con amor se paga, generosidad con gratitud se complementa: generosidad por parte de Dios, gratitud de parte nuestra (Víctor Fernández, Alfonso Milagro).
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